Juan Carlos I, la corona abollada 

La Jornada, 03 de junio de 2014

El rey Juan Carlos I abdicó al trono después de casi 39 años de ser proclamado. Su corona lucía abollada. Su reino está fragmentado por el desafío soberanista de catalanes y vascos, el país se hunde en la depresión económica, el bipartidismo que lo sostuvo ha comenzado a resquebrajarse y la casa real engarza un escándalo a otro.

El Borbón que aseguraba que moriría con la corona puesta, el monarca que sentenciaba: los reyes no abdican, se mueren en la cama, el jefe de Estado que vivía su mandato como un sacerdocio, decidió decir adiós a su reinado.

Llegó allí por la voluntad del generalísimo Francisco Franco, caudillo de España por la gracia de Dios. El pueblo español no decidió que su Estado fuera una monarquía constitucional. Nunca se efectuó un referendo ni se acordó en una Asamblea Constituyente. Juan Carlos I fue designado sucesor del jefe de Estado tras la muerte del dictador, con base en una ley de 1947 y un acuerdo de las Cortes franquistas de julio de 1969.

La abdicación no fue un gesto generoso del monarca para abrirle la puerta a una nueva generación. La nómina de los escándalos reales deterioró gravemente la imagen del monarca y de la casa real. Protegido durante años por un pacto de silencio por la prensa de su país, y amparado por el artículo 56 apartado 3 de la Constitución, que establece quela persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad, Juan Carlos I sorteó con buen éxito la empresa de mantener su figura en alto durante años.

Eso se acabó en 2012, cuando, literalmente, metió la pata y se fracturó la cadera. Imposibilitado de contener los daños en la opinión pública, más pronto que tarde se supo que su majestad sufrió esa lesión durante un safari en Botsuana para cazar elefantes. Mientras España se hundía en la crisis económica, seis millones de adultos se encontraban sin empleo y miles de personas eran desalojadas de sus viviendas por no poder pagar las hipotecas, el monarca se divertía matando paquidermos.

El escándalo alcanzó tal magnitud que, al abandonar el hospital en el que fue operado, el rey tuvo que hacer a un lado su arrogancia borbónica y disculparse ante sus súbditos: Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir, dijo ante una cámara de televisión.

Ciertamente, no sucedió más. Pero, aunque las cacerías de elefantes se suspendieron, la barahúnda continuó. Su historia de amor (y de negocios) con la princesa alemana Corina zu Sayn-Wittgenstein, con quien sostenía una relación sentimental desde 1996, se filtró a la prensa. Entre otros, el diario italiano La Stampa difundió la historia de las dos reinas: la oficial y la oficiosa...