
El Cotidiano 30, 1989, julio-agosto
Para el movimiento el futuro es inmejorable, pero encanijadamente complejo. De entrada
tiene que responder a sus aliados, los padres de familia., ofertando una mejor educación. Debe además consolidar los espacios ganados resolviendo adecuadamente sus diferencias. Pero además debe aprender a ser poder y no sólo oposición, a ofrecer una política alternativa en lugar de una contestataria. La actitud ante la nueva dirigencia del sindicato no es un problema menor. El canto de sirenas sonará y será fácil caer en el maniqueísmo de apoyar o rechazar por principio. Sin embargo, la recomposición sindical es un hecho seguro y la posibilidad de avanzar también. Un gran triunfo en tiempos de derrotas.
La llegada del lobo
Como en el viejo cuento infantil la llegada del lobo se hizo realidad: más de medio millón de maestros en casi todo el país pararon al llamado de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y cerca de la mitad se siguieron de frente en el DF, Oaxaca, Chiapas, Zacatecas, Nuevo León, Guanajuato, Puebla y Michoacán.
El Secretario de Educación Pública, antiguo Secretario de Gobernación, pensó que así como en el pasado había maquillado las cifras electorales del 6 de julio podría ahora disfrazar las estadísticas del paro. Utilizando los servicios de Televisa difundió toda clase de advertencias y amenazas contra los maestros paristas, al tiempo que relativizaba la magnitud de la lucha.
En sentido estricto nadie había atendido a la amenaza del paro. Carlos Jonguitud, hasta este momento todavía hombre fuerte del sindicato, había vendido en los círculos del Poder, que todo estaba bajo control y que la acción se circunscribiría a las clásicas zonas de influencia de !os disidentes. Ofertaba así su permanencia al frente del sindicato como única fuente de estabilidad laboral. De acuerdo a su vieja lógica, el paro de la CNTE lo fortalecía pues lo hacía aparecer como imprescindible y obligaba al Gobierno Federal a hacerse cargo del movimiento.
El incremento salarial del 10%, publicitado a bombo y platillo por los funcionarios públicos como una gran conquista magisterial, cayó como gasolina en el fuego. Si entre los sectores intermedios había dudas sobre la conveniencia del paro, el incremento los convenció de la necesidad de pasar a la acción. El 17 de abril las escuelas de la ciudad de México se vistieron de rojinegro. Pero además, en su nueva vestimenta, los acompañaba más de la mitad del sindicato. Los hilos del control se habían roto.
La euforia
Para decenas de miles de maestros este paro era su primer paro. Conforme el tiempo pasó y las amenazas de las actas de abandono de empleo y de cese se esfumaron, comenzaron a sentirse fuertes. No sólo era que los periódicos les dedicaban la primera plana día tras día y hasta Zabludowsky se ocupaba de ellos sino que comenzaban a saberse unidos. De entrada, como nunca antes había sucedido en esta ciudad de México, los padres de familia se volcaron a darles solidaridad. En barrios y edificios aparecieron miles de rústicos letreros que más o menos con las mismas palabras señalaban: "Los padres de familia apoyamos a los maestros". Sólo la televisión oficial y después algunas organizaciones empresariales se atrevieron a hablar mal del movimiento. La ciudadanía toda había metido un importantísimo gol tempranero.