La Jornada, 09 de marzo de 2021
El sol cae como plomo en el ejido Casablanca. La tierra, blanca y reseca, parece talco. No hay forma de escapar en aquellas tierras zacatecanas del sopor infernal. Pero a los campesinos parece no preocuparles. De pie, en semicírculo ante los oradores, protegidos por sus sombreros, escuchan atentos la explicación de Enrique González Rojo sobre el funcionamiento del sistema capitalista.
Es 1982. Los labriegos del municipio de Guadalupe que participan en la reunión trabajan en colectivo las tierras que tomaron de los terratenientes con el Frente Popular de Zacatecas. Son parte de un movimiento que ocupó miles de hectáreas de latifundios simulados en localidades del estado. La reunión en que participan es una escuela de cuadros. El poeta González Rojo es uno de los maestros.
Pese al bochorno y el polvo, Enrique viste un elegante traje de tres piezas. Ni siquiera se quita el chaleco. Apenas y limpia con un pañuelo blanco el sudor que llena su rostro. Los ejidatarios, mineros y profesores que escuchan no pierden una palabra de su exposición. Profesor durante toda su vida, sus explicaciones aclaran con precisión los conceptos claves que dan cuenta de la explotación del hombre por el hombre.
Los alumnos asienten con el rostro al escucharlo.
Doce años después, la noche del 8 de agosto de 1994, a mil 650 de kilómetros de distancia de Casablanca, en Guadalupe Tepeyac, Chiapas, invitado por el EZLN a participar en la Convención Nacional Democrática (CND), ataviado en plena selva con su pulcra indumentaria de siempre, una tromba empapa a Enrique de pies a cabeza. Mojado, se suma a la presidencia colectiva del naciente organismo.
Nada inusual hay en esos viajes del maestro. “No he venido al mundo –decía– sólo a poetizar y a filosofar, sino a coadyuvar, no sólo al mejoramiento de la situación social, sino a su radical transformación. Soy partidario, no del socialismo autoritario y falaz, sino de un socialismo autogestivo, profundamente democrático.”
Anhelando poseer el infinito, su vida transcurre y se entremezcla entre poesía, filosofía, política revolucionaria, docencia, música y lectura. Sin embargo, vuelve una y otra vez a la tierra, al tomar conciencia de los límites.
Enrique sale del seno familiar para entregarse de lleno a los brazos de la ideología y la militancia comunista. En 1954 lo sacude el golpe de Estado contra Jacobo Arbenz en Guatemala. Poco después, ingresa al Partido Comunista. Tiene 27 años de edad. Descubre entonces que no sólo existen los problemas del poder, sino también los de la enajenación.
En el partido se encuentra con su tercer padre, José Revueltas (https://bit.ly/3sZybd3)...