Rogelio Méndez Palma, el oaxacaliforniano

La Jornada, 21 de abril de 2015

Rogelio Méndez Palma no duda que los jornaleros agrícolas del valle de San Quintín padezcan una explotación criminal. No lo dice nada más porque sí. Lo ha sufrido durante años en carne propia. Él es uno de ellos. Durante años ha trabajado la tierra en Ensenada y en California. Ahora, también es uno de sus representantes.

Como muchos de sus hermanos de labranza, Rogelio es mixteco. Nació en 1956 en el pueblo de San Mateo Libres, en la Mixteca Baja, en el seno de una familia demasiado pobre. Su padre tocaba el violín y apenas tenía un solar para habitar, y un pequeño predio en la barranca, lleno de piedras, para sembrar. Ya desde antes las mejores tierras de la comunidad habían sido acaparadas por un pequeño grupo de caciques del Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Rogelio aprendió a hablar español por su madre. Ella lo sabía, al igual que el mixteco, su lengua original. Alcanzó a cursar la primaria entre idas y venidas a Veracruz, la ciudad de México y su pueblo. En el Distrito Federal su padre era mariachi y músico ambulante, menospreciado por ser indígena. En su pueblo, tocaba en bautizos y bodas, jarabes, chilenas y valses.

A los 12 años, Méndez Palma comenzó a ganarse la vida como bolero en unos baños públicos en la ciudad de México. Luego, mintiendo sobre su verdadera edad, se hizo panadero y trabajó en una panificadora de Acoxpa. Allí conoció lo que son los derechos laborales y participó en su primera huelga.

Fue entonces cuando Rogelio migró a los campos agrícolas de Culiacán y Baja California. Lo contrataron de zorra, es decir, surtiendo agua a los jornaleros, y como chanatero, esto es, como responsable de espantar a los pájaros negros que atacan las cosechas y de cuidar los campos para evitar hurtos.

El verdadero objetivo de su peregrinación al noreste era llegar a Estados Unidos, para hacer billete. No iba solo. Lo acompañaban su hermano Sergio y sus primos. En su primer intento de cruzar la frontera lo abandonó la suerte. Luego la traspasó una y otra vez, hasta hacer del valle de San Joaquín uno de sus lugares usuales de vida y trabajo. Al otro lado se iba a la aventura, sin saber si regresaría con vida. Allí vivió en los cerros, en barrancos, a la orilla de arroyos, escondido de la migra, hasta que, años más tarde y muchas luchas después, en 1987, con la Ley Simpson Rodino, legalizó su situación migratoria.

Viajaba con dos mudas de ropa y un par de huaraches. Dormía donde lo agarraba la noche. En San Quintín, donde la lluvia es escasa, levantaba un pequeño jacal de zacate, con un techo de plásticos usados...