
Tan Lejos de Dios y tan Cerca del TLC. Notas Sobre Agricultura y TLC: Dos Años Después
Entrada libre
A dos años d e aprobado, ¿cuáles han sido los efectos del TLC en la agricultura mexicana? ¿Ha traído a l campo el bienestar y los capitales que sus promotores ofrecieron? ¿Ha logrado que desaparezcan las barreras que existían para las mercancías mexicanas provenientes del sector rural? ¿Hará racionalizado la producción agrícola?
Sus defensores han señalado en distintos foros que, al igual que sucede con las reformas al artículo 27, es aún pronto para juzgar sus frutos. Sostienen que el principal resultado del tratado está en otro lado: en que sin él, la crisis de diciembre del 94 habría sido aún más grave de lo que fue. Es a es la opinión, al menos, de Loyd Bentsen, exsecretario del Tesoro de Estados Unidos (El Financiero, 11 de enero de 1996). Y, cuando se l es señalan los obstáculos que está enfrentando para hacer valer lo ya pactado, como ha sucedido con el tomate y el transporte, responden como lo hizo el Secretario de Agricultura: no hay que dramatizar el asunto (La Jornada, 1o. de febrero de 1996). Y, ya encarrerados, algunos sostienen, como prenda incuestionable de su éxito, el haber frenado la tendencia negativa en el comportamiento de la balanza agropecuaria. Las cifras, dicen, son la mejor prueba: por primera vez en muchos años se tuvo una balanza superavitaria: 770 millones de dólares de enero a noviembre de 1995.
La balanza desbalanceada
Obviamente, no se puede medir el efecto del TLC sólo por e l comportamiento de la balanza agropecuaria. Sin embargo, el argumento es bueno y de peso. Resulta, sin embargo, que ese comportamiento poco tuvo que ver con el TLC.
Comencemos por el principio. El saldo positivo de la balanza surge, en primerísimo lugar, de la acusada disminución de las importaciones en un 23% como resultado, no del incremento en la producción nacional de alimentos, sino de la devaluación. Importamos menos porque tuvimos menos dinero, no porque produjimos más.
Pero también, es preciso reconocerlo, de un aumento en los ingresos de nuestras exportaciones. Ellas provienen, sin embargo, en muchos casos, más del incremento en el precio de los productos agrícolas que de un aumento neto en los volúmenes de lo exportado. Ese es el caso, por ejemplo, del café. De alrededor de 359.6 millones de dólares que se obtuvieron por sus ventas al exterior en 1994, se pasó, un año después, a 706.1 millones de dólares. ¡Un 96% más!. Tal aumento no tiene que ver, en lo esencial con el TLC. Tampoco con la producción, si no, con el incremento del precio del aromático en el mercado mundial. Este, es necesario señalarlo, se produjo a pesar de la actitud del gobierno mexicano que se negó a sumarse a las iniciativas de retención de la Asociación de Países Productores de Café, lo que le ha valido una bien ganada reputación internacional de esquirol. Tampoco tuvo nada que ver con la obtención de mejores precios por calidad; de hecho, el café mexicano se sigue castigando con un precio de unos once puntos por abajo de la bolsa. Tampoco está vinculado a concesiones de acceso a mercados como resultado de las negociaciones del TLC. Simple y llanamente, ningún país que exporta su café crudo a Estados Unidos paga arancel alguno.