El brindis de Teresa Franco

La Jornada, 31 de enero de 2012

A pesar de ser abstemia, el pasado viernes la maestra Teresa Franco se tomó una copa de tequila. Desde hace años se había prometido a sí misma que lo haría el día en que muriera Miguel Nazar Haro, el hombre que la torturó en 1974. Así que al enterarse de su fallecimiento dijo a su marido, Vicente Estrada: ¡Voy a brindar para que este ser diabólico se vaya al más recóndito lugar de los infiernos!

El recuerdo de aquellos aciagos días la ha perseguido toda la vida. Y el viernes no fue la excepción. Cuando llegó la noticia de la muerte de Nazar, le brotó la rabia y la desesperación de que las cosas no hayan cambiado después de tanto sufrimiento. Quiso leer y no pudo. Pensó en salir a la calle, pero decidió quedarse en su casa. Revivió su pesadilla y brindó con un tequila por la ausencia del torturador.

En el Campo Militar número uno, Nazar Haro la torturó dos o tres veces al día durante meses. En el cuarto donde la interrogaban había música a todo volumen, un colchón con sangre y un soldado en la puerta cuidando. Siempre llegó allí caminando, pero nunca pudo salir de pie porque el dolor la hacía perder el conocimiento.

La maestra se había preparado para no hablar y para morir. “Yo tenía –asegura– un compromiso con tanta gente que nos brindó su apoyo, que nos hospedó, cuidó y dio de comer. No podía traicionarlos dando su nombre. Te preguntan hasta de las lombrices que traes en el intestino, pero yo decía: no sé nada.”

Su silencio despertó en el policía los más retorcidos instintos. No podía tolerar a una mujer que no se quebraba ante su fuerza y su poder para provocar dolor. Ella ni lloraba ni hablaba. Sólo pedía en silencio: Dios mío, no prolongues mi agonía.
Nazar se jactaba de ser de los mejores torturadores, mejor que los argentinos y chilenos, narra Teresa. “Era su orgullo. Se sentía grande torturando. No hubo otro como él. Era muy sanguinario. Solamente una mente diabólica podía hacer lo que él hacía. Cuando te interrogaba y se preparaba para torturarte, pasaba de amable a maquiavélico. En tono cortés te decía: ‘¿tú crees que me gusta hacerte esto?’

“Yo le respondía: ‘sé que son sus métodos. No son los míos. Una cosa le voy a decir. Si salgo viva de aquí voy a seguir luchando para que estos métodos desaparezcan’.”

Los torturadores –dice Vicente Estrada, compañero de vida y de lucha de Teresa, detenido y torturado con ella– siempre nos vieron diferente. Íbamos convencidos de que hacíamos lo justo y lo correcto. No teníamos nada de qué arrepentirnos. No teníamos el miedo a flor de piel. A otros nada más les tronaban los dedos y hablaban sin parar...